La muerte es un fenómeno natural que tarde o temprano todos tendremos que pasar por ella, aunque nos cuesta mucho aceptarla, pues nos han preparado para vivir, pero no para morir, es como el sexo, que es un tabú; casi no se habla sólo se experimenta, así exactamente sucede con el misterio de la muerte.
La primera experiencia genera placer y se busca, la segunda puede ocasionar en el individuo un dolor físico y moral en el proceso de transacción de la vida a la defunción, comúnmente se rehúsa de ella y trae sufrimiento; un luto a los más allegados; es un golpe muy duro para los familiares, amigos... por aquel ser querido que se va de este espacio.
Podemos darnos cuenta como nos hemos aferrados a la vida, quisiéramos ser inmortales, pero somos seres vulnerables, bastante frágiles; hoy estamos, el mañana es una incertidumbre; en un momento inesperado un accidente de cualquier índole, o una enfermedad, puede acabar con nuestra existencia en este mundo.
La muerte de un ser amado nos provoca dolor, tristeza, soledad, desánimo, nos hace sentir la ausencia de aquella persona maravillosa que se nos fue de está órbita, pero a la vez la misma sensibilidad que estamos viviendo, el amor puro que sentimos por aquél ser muy especial, nos convoca a grabar en nuestra memoria y en nuestro corazón todos aquellos recuerdos bonitos, su imagen auténtica y un sinfín de acontecimientos vividos. Pues hoy quien no está, ha dejado vestigios en nuestra vida.
Y el arte como medio de desahogo no se queda atrás y la poesía es un elemento a la que muchos recurrimos para liberar explícitamente lo que llevamos por dentro.
El trágico suceso de la muerte es un ejemplo de muchos.
Por eso quiero compartir cuatro tristes y hermosas obras poéticas de un alma en luto; de la autoría de Edwin Mendoza Hipp un joven guatemalteco, teólogo, docente y amante de las letras, que inspirado y consternado ante la caída de su fuerte roble, llamado Edwin Mendoza Escoto; sintió la necesidad de poder escribirle a él unos sagrados versos.
Sus poemas pertenecen a la composición lírica llamada Elegía, es un lamento ante la muerte, en este caso de una figura muy importante en su vida; su padre.
Al Roble Ausente
El fuerte y noble roble llegó a su final,
fue la lluviosa mañana la única declarante de su caída
quien, sin dar aviso, lloró con él su partida eternal,
dejando solamente los vestigios de una vigorosa vida.
El silencio anunciará lo que un día fue de ese roble,
pues sólo él mismo conoció a sus admiradores y detractores;
ese que cobijaba con su sombra e incomodaba con su porte,
yace ahora bajo la triste lluvia sin mayores honores.
El ocaso de la húmeda tarde pregonaba ya ajenos sentimientos,
almas melancólicas y caminantes impasibles pasaron.
Con indecible asombro veían sus viejas raíces tocar el viento,
descubriendo la calidad de árbol que un día muchos admiraron.
Debajo de los restos mojados un vástago nuevo se iba asomando…
¡Era el retoño del roble que continúa germinando!
Almas en la oscuridad
La serenidad guarda su quietud
y la calma su silencio.
Ellas abrazan los gemidos nocturnos
de almas plácidas que gritan de pesar;
ellas callan los tormentos que no las dejan descansar.
Noche tras noche sus lamentos se funden con el viento,
sus quejidos buscan, pero no encuentran consuelo:
son almas que se pierden en la niebla de sombríos
Sentidos
Oigo tus pasos en la oscuridad
y mis sentidos se despiertan,
veo tu sombra en mi soledad
y mi corazón se alegra.
Cuando en el silencio escucho tu voz
mi alma se desprende de mi cuerpo,
apenas percibo un aroma de los dos
y mi espíritu se eleva hasta el cielo.
En cada rincón siento tu presencia:
mi ser se enajena y se siente completo.
Cada objeto visto y puesto
me lleva a pasear por el Divino Huerto.
¡Qué bello es vivir con los sentidos abiertos!
¡Pero no son más que ilusiones y quimeras,
delirios, fantasías y engaños,
mentiras y visiones traicioneras!
Pues tu vida ahora solo existe en mis recuerdos.
¡Qué bello es vivir con los sentidos abiertos!
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