Por: Omar Sandoval
En mi vida personal y en mi vida literaria, he tenido dos encuentros a distancia con dos escritores poseedores del Nobel de Literatura: primero, José Saramago, allá por el inicio del dos mil, y recientemente, el año pasado para ser preciso, el encuentro con Mario Vargas Llosa. Si he de aquilatar con honestidad la importancia de esos escritores en mi vida como lector y escritor, me decido por el primero en cuanto a profundidad y estilo.
No he sido un fan de Mario, desde La Ciudad y los Perros, hasta que se me antojó leer su última novela, y la razón de ese antojo intelectual es muy previsible: concierne a un personaje político que desata pasiones y quizás hasta nostalgias entre sociólogos, activistas políticos e historiadores. Yo no soy ninguna de esas cosas pero tengo algunas nociones, y la inquietud por tomar la pala y desenterrar olvidos no es nada sorprendente para alguien cuyo padre fue preso político y conoció de cerca los tiempos recios citados por el novelista peruano. La presentación de la novela en el Gran Teatro Efraín Recinos, y su discusión por dos intelectuales polarizados hacia una de las visiones históricas y sociológicas, con la tendenciosa exclusión de su contraparte, desató un debate que, a mi parecer, nunca estuvo a la altura de los acontecimientos; ni siquiera para el propio autor. La ambigüedad con la que el narrador y el escritor presentan a “El Coronel de la Primavera” es quizás una estrategia política y no sólo literaria. Subirlo al pedestal de pionero de la democracia en América Latina sin explicar la razón por la cual el gobierno de Eisenhower lo encasilló en el bando de los comunistas y ordenó su caída, es inquietante. Cualquiera dirá, con sobrada ingenuidad, que fue el tema de la United Fruit Company lo que desató la ira yanqui, además del famoso y satanizado decreto 900 de la reforma agraria. En este punto, Mario argumenta que fue un “error” gringo considerar esa medida presidencial como el anuncio de un totalitarismo importado de Moscú, cuando en realidad se trataba de una apertura “capitalista” para que los pueblos originarios tuvieran tierra y se volvieran emprendedores, algo así como el sueño americano de Guatemala.
Para los analistas del norte, sin embargo, el coronel estaría inaugurando un socialismo peligros que, como reguero de pólvora o cáncer metastásico, se esparciría desde Centro América a todo el cono sur. Ingenuamente en apariencia, el escritor peruano no se explica esa visión tuerta de los analistas estadunidenses, y la califica de “error”, algo así como lo que ocurre en las bajas de civiles cuando “por descuido” se bombardea un hospital o una escuela, creyendo que eran blancos militares. Ya nadie cree en ese tipo de “error”. La parte buena en ese libro es el Mario Literario, si se me permite usar ese término. Hago esa distinción, pues ya revisamos brevemente al Mario Político. Tenemos al narrador con su peculiar estilo novelesco, tutelado por Flaubert, como el mismo Mario lo reconoce. Por momentos “vemos” al escritor de los años mozos, con sus ingeniosos recursos, como el trastrocamiento de los tiempos y los diálogos, la falsa simultaneidad y la confrontación de situaciones emocionales que por momentos se elevan al límite. En ese caleidoscopio giratorio se van desenvolviendo los aconteceres y las vidas de los personajes, que de todos modos, no se acaban de dibujar plenamente, y desaparecen del escenario narrativo sin que nos hayamos enamorado de ellos.
El escritor trata de esbozar con demasiada rapidez cinematográfica algunos heroísmos y algunas deslealtades con lo que pretende enfatizar la ubicuidad del narrador o narradores; y otras veces, tímidamente, intenta traspasar la piel y hacer tangibles las emociones e intimidades de las almas de sus personajes. Conocedor del oficio, va tejiendo la trama, haciendo uso de la lanzadera que va, viene, regresa y se encuentra consigo misma para tratar de presentar una realidad literaria cercana a la realidad cotidiana, en la cual los sueños y las pretensiones son tan humanas como la vida misma. Pero los tiempos recios son también los del escritor como persona; como ser humano de su tiempo, que tiene que dar cuenta de su posición en el mundo, un mundo mucho más complejo pero con la misma terquedad de sus protagonistas por mantener una ética a favor de sus intereses. Estos tiempos son para Mario harto más recios que los que describe en su novela, un intento por conciliar la eterna lucha de los buenos contra los malos, pero como la vida es como una cebra, con rayas blancas y negras, ese intento se revela como una falacia.
A final de cuentas, lo que tenemos es simplemente literatura. Querer utilizar la literatura narrativa como una justificación de una posición social puede resultar frustrante. Por eso mejor nos quedamos con el ejercicio de las palabras y de los cuentos. Desde Don Quijote, quien sale de su casa en busca de aventuras, hasta la Ceguera de Saramago y las preguntas de Kundera, lo que tenemos es la literatura de occidente, la que inicia en Europa y renace muchos años después en América y en el ya nostálgico boom de Latinoamérica.
Omar Sandoval
Escritor
Médico
©️ Omar Sandoval
©️ Versos de Plata
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