Amanecía con una sensación extraña en la ciudad capital, hacía más frío del normal y todos pensaron que iba a llover. La pandemia había empezado hacia casi un año y seis meses. Las clases virtuales ya estaban “de moda” y había que acostumbrarse a ellas, gustase o no, no había otra mejor opción.
El maestro se levantó de su cama sin muchas ganas, se preparó un café y su semblante cambió, le subió el ánimo y se dispuso a prepararse para sus clases. Desde la cocina se fue a su dormitorio y como pudo acomodó el espacio para que el fondo fuera lo más agradable, limpio y ordenado posible.
Le tomó como diez minutos hacerlo y cuando estaba todo listo prendió su laptop y entró al salón de clases virtual. Aún faltaban quince minutos para empezar, por lo que aprovechó para asegurarse que todo estuviera bien.
Llegó la hora y poco a poco empezaron a entrar los estudiantes. Ninguno encendía su cámara ni su micrófono. No era la primera vez que pasaba eso, pero sí fue la primera vez que el maestro habló desde su corazón.
“Buenos días… Qué “alegre” se siente saber que estoy solo de nuevo. En mi listado dice que hay cuarenta y cinco alumnos, pero no veo a ninguno. Hoy no quiero que me escriban nada en el chat, lo he deshabilitado porque me he cansado de las mentiras y que usen la verdad como excusa. No les pido que enciendan su cámara por lástima o pena hacia mi persona. Tengo más de treinta años dando clases, la tecnología no es lo mío, ustedes lo saben. Sé que se burlan de mi incapacidad para entender estas cosas tecnológicas. Yo no nací en estos tiempos y los míos ya están obsoletos. Lo sé. Durante este tiempo siempre quise que alguno de ustedes tuviera el genuino interés de prender su cámara y me dijera algo más que “buen día”, “sí se oye”, “no”, “adiós”. Sabemos que nunca pasó. Hoy, volveré a hablarle a la pantalla de mi laptop, y volveré a sentirme solo. Ya me malacostumbré a este horrible hábito. La pantalla muestra letras y un fondo negro. Ni una voz, ni una cara. Nada. Justo como ayer y el día anterior, y el anterior y el anterior… ”
Tras estas palabras, los estudiantes no supieron qué hacer y la clase siguió su curso. Acabado ya el tema del día, el maestro preguntó por última vez: “¿Hay alguna duda?” y el silencio sepulcral hizo que una lágrima rodara de los ojos del maestro.
“Adiós.”
Por: Manuel Tellez
Guatemala, 2021.
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